Cuando Mateo Portillo encaró los últimos metros del Transmontaña, no imaginaba que la línea de llegada iba a transformarse en un pequeño festival armado especialmente para él. Entre tierra, calor, cansancio y esa mezcla de euforia que solo siente quien deja el alma en la carrera, lo esperaba algo que no figuraba en el rutómetro: su familia reunida con abrazos, carteles, fotos y hasta nieve artificial para celebrar dos logros a la vez. Mateo no solo había conseguido completar uno de los circuitos más exigentes del año, sino que además lo hacía el día de su cumpleaños.
Apenas puso los pies en el suelo y dejó la moto a un costado, respiró hondo, como si necesitara un momento para procesar el esfuerzo y la sorpresa. La escena era conmovedora: amigos y hermanos corriendo hacia él, primos acomodándose para una foto improvisada, padres que lo abrazaban con lágrimas en los ojos. Con esa emoción rodeándolo, intentó explicar lo que había sido su carrera.
“Todo esto es hermoso, pero fue durísimo el circuito. Sin embargo, fue la mejor carrera del año. Estoy contento porque pude llegar y terminar bien”, expresó, aún agitado. Después explicó que no se trataba solo de resistencia, sino también de aguantar cada tramo mentalmente.
Unos minutos después, mientras le alcanzaban agua fresca, detalló cuáles habían sido los pasajes más complicados.
“Había muchas motos, mucho calor, muchísima tierra… y la subida fue durísima. La verdad, un circuito bravo”, remarcó, como quien revive el esfuerzo en la memoria.
Correr en su cumpleaños no era algo casual, pero tampoco se había planificado para ese día en particular. Con una sonrisa sincera, recordó cómo se había definido la fecha.
“Ya teníamos planeado correr desde principio de año… y bueno, coincidió justo con mi cumpleaños”, comentó. Luego añadió, con una mezcla de sorpresa y felicidad.“Cumplir años arriba de la moto es atípico, pero muy lindo. Vamos, festejado nomás. Esto queda para el recuerdo”, analizó.
Su relación con el enduro venía desde lejos. Mientras observaba a sus familiares sacarse fotos con la moto, explicó cómo nació esa pasión.“Empecé desde chico, por mi primo. Él fue quien me metió en el deporte y seguimos hasta ahora”, recordó. “Al principio da miedo arrancar de tan chico, pero uno aprende y se va animando”, afirmó.
Con el apoyo de su compañero
Mateo no corrió solo. Su compañero fue Maximiliano Arias, alguien tan cercano en lo afectivo como en lo deportivo. “Maxi” lo vivió todo desde su propia exigencia y también desde la responsabilidad de acompañar a su amigo en un día tan especial.
“Es un circuito duro. No habíamos andado por los ríos ni por partes que no conocíamos. Se hizo eterno al final; dudábamos si íbamos bien, pero apareció otra moto y la seguimos. Por suerte terminamos sin caídas ni sobresaltos”, relató. “No, no había miedo de seguirlo. Iba firme, así que sabíamos que era por ahí”, agregó Arias.
Sobre cómo nació el vínculo entre ambos, “Maxi” explicó con naturalidad. “Es primo de un amigo muy cercano. A fuerza de andar en enduro juntos, cuando organizamos para correr la montaña, armamos las parejas según ritmos… y nosotros andábamos parejo”, aseguró. “La clave es ir al mismo ritmo. El que está mejor va adelante y siempre va mirando para atrás para ver si el compañero viene bien”, dijo.
Casi emocionado, Arias reconoció una presión que no figura en ninguna hoja técnica del Transmontaña. “Tenía la presión de regalarle un lindo cumpleaños a mi amigo. Creo que cumplí el objetivo”, aseguró entre risas.
El final fue una postal perfecta: dos amigos, la moto todavía tibia, abrazos por todos lados y nieve de celebración cayendo sobre ellos. Mateo cerró un cumpleaños distinto, marcado por el esfuerzo, la amistad y un recuerdo que va a acompañarlo para siempre.